El blog de Ana Ávila

Náufragos, noctámbulos y otros seres mágicos

Náufragos, noctámbulos y otros seres mágicos

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Lo primero que uno piensa al entrar en el MármaraCafé es que se han vuelto locos. El ambiente destila tanta incongruencia y genialidad como una película de David Lynch. A lo lejos se intuye una especie de canto de sirena que, irremediablemente, te obliga a adentrarte hasta lo más profundo. Allí, el repertorio suena rítmico y sensual.

Las letras que provienen del escenario fluctúan entre la perplejidad, la rabia, la pena y el desasosiego. El público en los clubes alternativos es ruidoso por naturaleza y si por algún milagro llega a hacérsele callar, aparece, como si de un bis de última hora se tratara, la sinfonía de vasos de cristal chocando entre sí, o la risa estridente de alguna veinteañera despistada con el consiguiente, e inevitable, estruendo de una vieja gaviota, torpe y desviada, tratando de emprender el vuelo.

A pesar de todo, Rosalía consigue atrapar con su melodía de coral a los allí ausentes. Pelo rubio enmarañado, vaquero negro ceñido y botas hasta las rodillas: la gran dama de Malasaña se sabe genuina hasta en el porte. Acaba de anotarse 60 primaveras, pero conserva la misma voz intensa, polvorienta y granulada de siempre. Rasca, araña y conmueve como un sorbo de Carlos V.

En la mesa de la esquina, en una perfecta penumbra de thriller, un hombre le confía a otro varias sucesiones de acordes que le rondaban por la cabeza. Bruno, caballero de melena tremenda y entrecana, como buen artista de perfil atormentado, no tarda en devolverle los primeros versos de lo que quizás terminará convirtiéndose en la gran sensación indie de la temporada.

En la barra, los vasos queman en las manos de los apenas cinco clientes que se ahogan ya a esas horas en sus diálogos de besugos. Todos superan el medio siglo, pero sus ojos brillan con la fortaleza de un ciclón.

Capitaneando la escena, un rapero que parece curtido en una calle de Harlem, lengua afilada como el demonio y pinta de matón, le regala una sonrisa a Rosalía mientras no le quita ojo a esa sombra, alargada como el faro de Alejandría, que arrastra a todo el mundo a la salida.

Brilla el primer rayo de sol y, en menos de diez minutos todo ha acabado. Por prescripción médica…tal vez.

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