El blog de Ana Ávila

Moleskine

Náufragos, noctámbulos y otros seres mágicos

Náufragos, noctámbulos y otros seres mágicos

By on Mar 15, 2014 in Carrusel, Moleskine | 0 comments

Lo primero que uno piensa al entrar en el MármaraCafé es que se han vuelto locos. El ambiente destila tanta incongruencia y genialidad como una película de David Lynch. A lo lejos se intuye una especie de canto de sirena que, irremediablemente, te obliga a adentrarte hasta lo más profundo. Allí, el repertorio suena rítmico y sensual. Las letras que provienen del escenario fluctúan entre la perplejidad, la rabia, la pena y el desasosiego. El público en los clubes alternativos es ruidoso por naturaleza y si por algún milagro llega a hacérsele callar, aparece, como si de un bis de última hora se tratara, la sinfonía de vasos de cristal chocando entre sí, o la risa estridente de alguna veinteañera despistada con el consiguiente, e inevitable, estruendo de una vieja gaviota, torpe y desviada, tratando de emprender el vuelo. A pesar de todo, Rosalía consigue atrapar con su melodía de coral a los allí ausentes. Pelo rubio enmarañado, vaquero negro ceñido y botas hasta las rodillas: la gran dama de Malasaña se sabe genuina hasta en el porte. Acaba de anotarse 60 primaveras, pero conserva la misma voz intensa, polvorienta y granulada de siempre. Rasca, araña y conmueve como un sorbo de Carlos V. En la mesa de la esquina, en una perfecta penumbra de thriller, un hombre le confía a otro varias sucesiones de acordes que le rondaban por la cabeza. Bruno, caballero de melena tremenda y entrecana, como buen artista de perfil atormentado, no tarda en devolverle los primeros versos de lo que quizás terminará convirtiéndose en la gran sensación indie de la temporada. En la barra, los vasos queman en las manos de los apenas cinco clientes que se ahogan ya a esas horas en sus diálogos de besugos. Todos superan el medio siglo, pero sus ojos brillan con la fortaleza de un ciclón. Capitaneando la escena, un rapero que parece curtido en una calle de Harlem, lengua afilada como el demonio y pinta de matón, le regala una sonrisa a Rosalía mientras no le quita ojo a esa sombra, alargada como el faro de Alejandría, que arrastra a todo el mundo a la salida. Brilla el primer rayo de sol y, en menos de diez...

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Sometidos

Sometidos

By on Mar 15, 2014 in Moleskine | 0 comments

Tocó la puerta y sin esperar un segundo, la abrió y clavó su mirada en Jacobo. –       ¿Tiene un momento? – preguntó con un gesto tan áspero que apenas movió un solo músculo de su cara. –       Está claro que no le desagrada su trabajo –pensó Jacobo mientras se dirigía estupefacto al despacho contiguo. Tras escuchar las preguntas de rigor sobre su mujer, sus ponis y su anciana madre, Jacobo empezó a palidecer. Su intuición le decía que algo no marchaba adecuadamente. De pronto, el sonido de la voz de su jefe de proyecto dejó de llegarle de manera clara. –       Jacobo, sé que es usted un arquitecto de renombre pero quería hacerle unas preguntas sobre su última obra. –       ¿Se refiere al edificio de humo que levantamos en Nueva York? –       Efectivamente –Leopoldo guardó silencio. –       ¿Será mi turno ahora? ¿No debería plantearme “esas preguntas”? – el cerebro de Jacobo no podía dejar de pensar – Así es como funcionan los diálogos, digo yo, uno habla, otro responde…es un mecanismo muy sencillo. Dígame, señor Leopoldo – se atrevió a decir al fin – ¿Qué dudas tiene sobre el rascacielos? –       ¡¿A eso le llama usted rascacielos?! Creo recordar que le dijimos que diseñara el edificio más vanguardista que jamás se hubiera ideado. –       Eso es exactamente lo que hice. –       No creo que el humo se considere precisamente un material de construcción apropiado. Podía haber utilizado usted infinidad de productos: ladrillo, piedra, acero, cristal…pero ¿humo? –       Creo que no ha entendido usted absolutamente nada. –       Me temo que el que no lo ha entendido es usted. No me queda más remedio que despedirle. Acaba de pronunciar las palabras malditas. Inevitablemente, Jacobo empezó a sentir tanto calor que parecía estar atrapado en un incendio. Le faltaba el aire y sintió el terrible deseo de salir corriendo. ¿Cómo era posible que aquel hombre no fuera capaz de apreciar su obra? –       No creo haber firmado ninguna cláusula en la que se me obligara a utilizar unos materiales determinados. Ustedes dijeron que querían vanguardia y eso es lo que les he construido. –       ¿Está usted insinuando que no puedo despedirle? –       No lo estoy insinuando, lo estoy diciendo claramente. Se aprovechan...

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Instintos

Instintos

By on Mar 15, 2014 in Moleskine | 0 comments

Hace dieciocho años abrí por primera vez aquella puerta maciza. Elegí cuidadosamente cada detalle: el color -blanco-, el pomo -plateado- y aquellas letras a juego en las que lo leí por primera vez: “Dra. Fran Cervantes, psicóloga”. Mi único paciente era un hombre muy capaz, competitivo, elegante, bohemio, impecablemente educado y un auténtico cabrón. Era la primera sesión de Noel Castillo y enseguida quedó al descubierto. A los treinta segundos ya actuaba como todos los demás. No se molestó ni quiera en disimular. Sus ojos se perdían en mis piernas y su mirada trataba, sin conseguirlo, de sostener la mía. A pesar de su galantería, cometió el error de subestimarme. No era el único que conocía las consecuencias que pueden derivarse de la propiedad de un cuerpo insultantemente sexy. Un café más tarde llegó ella. Tenía la piel tan pálida…y su pelo brillaba como el trigo. Lourdes tenía ese tipo de belleza angelical que, de manera subconsciente, detesto. La actitud de Noel literalmente se transformó. Nena, espetó, masticando esas dos sílabas de la manera más espesa que he alcanzado a escuchar jamás. No necesité seguir horrorizándome para obtener mi diagnóstico. Noel y Lourdes, Lourdes y Noel…no estaban hechos el uno para el otro. Cuando me enrollé con él apenas llevábamos tres sesiones. Noel era alto y masculino. Era esa clase de hombre que con solo mirarte ya sería capaz de adivinar tu peor flaqueza, pero que lo hace bien, sin resultar agresivo, sin intimidar. Consigue enamorar sin apenas decir nada, simplemente esperando a que caigas en la trampa de una seducción que jamás lo parece. Deformación profesional, nunca me ha costado entender a la gente. Noel no fue una excepción pero, a pesar de todo, me enamoré perdidamente. En apariencia, no había en él nada imperfecto: era guapo, deportista; no fumaba, por supuesto. Hay que reconocer que era inteligente, incluso hacía que entendía de vinos, de música y de libros. Nunca he conocido a alguien a quien le gustara menos seguir las normas pero que se esforzara tanto por cumplir, uno por uno, los puntos del manual del perfecto seductor. Conocía los mejores sitios de ocio y siempre le gustaba llevarme a lugares sorprendentes. Me recibía, como no, con...

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Rompiendo rutinas

Rompiendo rutinas

By on Mar 15, 2014 in Moleskine | 0 comments

El día más feliz de mi vida estaba ocurriendo en ese preciso instante. Había perdido ya la cuenta del número de veces que lo había vivido de manera imaginaria. Lo había calculado todo al milímetro. Había elegido a conciencia mi ropa; iría sin corbata, por supuesto, pero no perdería las formas. La americana “gris marengo” que me había regalado Carla por nuestro último aniversario me daba un toque bohemio y desenfadado que combinaba perfectamente con mi estado de ánimo. Como cada día, y porque ya no tenía más remedio, me levanté al quinto toque de despertador. Me lavé la cara con agua tibia, hice pis y me vestí; primero la camisa, después los calzoncillos y los calcetines y por último, los pantalones y el cinturón…siempre en el tercer agujero. Después, me lavé los dientes y me senté unos instantes en la banqueta tapizada con aquella tela que compramos en Senegal y que, sin saber por qué, acabó decorando el baño. A pesar de que odio las rutinas, hacía lo mismo al levantarme un día tras otro y otro y otro y otro…no podía evitarlo. Me hubiera gustado decir que ese día fue distinto pero lo único que logró sacarme del automatismo fue que, al ver mi cara reflejada en el espejo, noté un brillo diferente. Eran las ocho y media pasadas y me disponía a montarme en mi coche. La noche anterior lo había llevado a lavar porque quería – necesitaba – cuidar cada detalle de aquella mañana que llevaba esperando 42 años. Repasé mentalmente la secuencia una vez más. Todo controlado. Estaba listo para experimentar mi gran momento. Aquella sensación en el estómago me recordó, sin quererlo, a la cola de la montaña rusa que tantas veces había esperado de pequeño junto a mi padre. Era una mezcla de felicidad y nerviosismo que me hacía sentir bien y mal al mismo tiempo; deseando que llegue el momento de bajar la barra de protección y asustado por lo que sucederá a continuación. Siempre quise hacer de la pasión mi modo de vida, y a mi manera, creo que lo conseguí, aunque no en lo profesional, desde luego. Soy fotógrafo de moda y eso, confiere siempre mucho glamour. La gente...

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Wake up

Wake up

By on Jan 25, 2014 in Moleskine | 0 comments

A pesar de Cortilandia, las pelucas de colores, los gorros con forma de animal y los fanáticos de Doña Manolita, habían sido unas fiestas cojonudas…hasta que puse un pie en Barajas. Siempre tuve la teoría de que el nivel de educación de una persona se mide por el número de grados que reclina su asiento en un avión y desde luego, el tipo gordo, calvo y sudoroso que, afortunadamente, se sentó delante de mí no parecía demasiado ilustrado. Cuando estoy de viaje me quedo siempre alucinado con los amaneceres y los atardeceres, como si aquí no los hubiera. Nunca me tomaba la molestia de asomarme a la ventana… Hasta hoy. Sé que suena muy intenso, pero desde la minúscula ventanilla de mi asiento low cost, el cielo apabullante de Madrid después de una noche de lluvia, consiguió reconciliarme con esta ciudad. Mientras hacía oídos sordos a la azafata, me avergoncé al descubrirme riéndome solo. Me había venido a la cabeza un momento muy gracioso de la noche anterior, justo cuando mi amigo Pepe recordó aquel mítico “¿alguna de tus amigas quiere rollo con alguno de mis amigos?”. Sutil, seductor, lírico… Así funcionábamos en 1997 (claro, funcionar, funcionábamos poco). Estábamos a punto de despegar y la .voz estridente de la sobrecargo me sacó repentinamente de mis pensamientos. De pronto, el ruido intenso del motor me taponó los oídos. Miré a un lado y a otro pero nadie parecía tener los mismos síntomas. Unos segundos después, el olor a cerrado de la cabina se esfumó. Una especie de nerviosismo empezó a apoderarse de mi cuando el caramelo mentolado que saboreaba sin demasiada gana se volvió del todo insípido. Esto no podía ser cierto. Traté de tocar al viajero del asiento contiguo pero nada, no fui capaz de percibir sensación alguna. ¿Qué cojones me estaba pasando? De repente, se hizo la oscuridad y la risa, se transformó en pánico. Había perdido todos mis sentidos.     Imagen destacad de Santi CC via Compfight...

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