Rompiendo rutinas
El día más feliz de mi vida estaba ocurriendo en ese preciso instante. Había perdido ya la cuenta del número de veces que lo había vivido de manera imaginaria.
Lo había calculado todo al milímetro. Había elegido a conciencia mi ropa; iría sin corbata, por supuesto, pero no perdería las formas. La americana “gris marengo” que me había regalado Carla por nuestro último aniversario me daba un toque bohemio y desenfadado que combinaba perfectamente con mi estado de ánimo.
Como cada día, y porque ya no tenía más remedio, me levanté al quinto toque de despertador. Me lavé la cara con agua tibia, hice pis y me vestí; primero la camisa, después los calzoncillos y los calcetines y por último, los pantalones y el cinturón…siempre en el tercer agujero. Después, me lavé los dientes y me senté unos instantes en la banqueta tapizada con aquella tela que compramos en Senegal y que, sin saber por qué, acabó decorando el baño.
A pesar de que odio las rutinas, hacía lo mismo al levantarme un día tras otro y otro y otro y otro…no podía evitarlo. Me hubiera gustado decir que ese día fue distinto pero lo único que logró sacarme del automatismo fue que, al ver mi cara reflejada en el espejo, noté un brillo diferente.
Eran las ocho y media pasadas y me disponía a montarme en mi coche. La noche anterior lo había llevado a lavar porque quería – necesitaba – cuidar cada detalle de aquella mañana que llevaba esperando 42 años.
Repasé mentalmente la secuencia una vez más. Todo controlado. Estaba listo para experimentar mi gran momento. Aquella sensación en el estómago me recordó, sin quererlo, a la cola de la montaña rusa que tantas veces había esperado de pequeño junto a mi padre. Era una mezcla de felicidad y nerviosismo que me hacía sentir bien y mal al mismo tiempo; deseando que llegue el momento de bajar la barra de protección y asustado por lo que sucederá a continuación.
Siempre quise hacer de la pasión mi modo de vida, y a mi manera, creo que lo conseguí, aunque no en lo profesional, desde luego. Soy fotógrafo de moda y eso, confiere siempre mucho glamour. La gente te ve como un artista, alguien con un don especial…Nada más lejos de la realidad. En lo que a mi trabajo se refiere solo he conseguido ser un explotado más, un currante nato sin rumbo definido. Pero eso nunca me ha importado. Desde que comprendí que la vida es otra cosa, me tracé un ambicioso plan: consistía en sobrevivir ¡Y vaya si lo hice!
Nadie contaba en serio con nuestra astucia pero ya somos muchos los que hemos comprendido el sentido de la vida. Yo, además, estaba a punto de vivirla a tiempo completo, horas extras incluidas.
Aquel 31 de junio, disparé mis últimas fotografías a cambio de dinero. Una de ellas descansa ahora, en su marco negro, en una esquina de mi salón recordándome lo que fui durante quizás más horas de mi vida de las que me hubiera gustado.
A las nueve y pico, tras doce horas de jornada, salí del estudio cargado con millones de bártulos pero no quise mirar atrás cuando cerré la puerta.
El vino en buena compañía no me permite recordar fielmente las escasas horas que restan. El día más feliz de mi vida estaba a punto de acabar y con él, comenzaba la que sería mi etapa más entera…mi jubilación.